Factores de la resiliencia que aumentan tu bienestar

    Volver a levantarte cuando tropiezas puede parecer más fácil para algunos que para otros. La buena noticia es que la resiliencia es como un músculo que ya tienes, así es como puedes entrenarla.

    En circunstancias normales, todos sufrimos “pequeños dramas” como perder las llaves del coche, dejarnos el móvil en la barra de un bar u olvidarnos de una tarea importante de la que ya no tenemos tiempo de hacer. En esos momentos haces lo posible -no siempre lo consigues- para mantener la calma y respirar más lentamente para no dejarte secuestrar por tu mente sin provocar, más allá de lo necesario, mucho más revuelo en tu sistema nervioso. Puedes incluso ser poco compasivos contigo mismo lanzándote un auto ataque: “Eres torpe, porque no es la primera vez que te pasa “, “lo sabía”, etc.  …

    En ocasiones, estamos llamados a lidiar con mayores problemas y adversidades, desde el diagnóstico de una enfermedad hasta la marcha de un ser querido, pasando por una infidelidad o la pérdida de un trabajo.

    Cuando se dan estas catástrofes vitales, somos vulnerables a perder nuestra resiliencia temporalmente o incluso durante mucho tiempo. Si hemos experimentado demasiados traumas no resueltos en el pasado, podemos ser especialmente susceptibles a desmoronarnos y no ser capaces de recuperarnos. Si estos grandes baches ocurren, tenemos que profundizar en nuestras reservas internas de resiliencia y echar mano de nuestros recuerdos de tiempos en los que hemos logrado hacer frente a dificultades con éxito mientras que nos basamos en recursos externos como la familia y los amigos.

    ¿Cómo podemos recuperarnos de estos traumas?

    La resiliencia —la capacidad de doblarse con el viento, ir con el flujo, recuperarse de la adversidad— ha sido meditada, estudiada y enseñada en tribus y sociedades, en tradiciones filosóficas y espirituales. Ha sido esencial para la supervivencia y la prosperidad de los seres humanos y las sociedades humanas desde el inicio de los tiempos.

    Ahora también sabemos que la resiliencia es un resultado conductual situado en la  corteza prefrontal y es importante destacar que, ya sea que estemos enfrentando una serie de pequeñas molestias o un desastre total, la resiliencia es enseñable, útil y recuperable. Se necesita práctica, y requiere conciencia, pero ese poder siempre está dentro de nosotros. 

    Características de las personas resilientes

    A lo largo de nuestra experiencia con participantes en nuestros programas hemos notado que todas las capacidades que desarrollan y fortalecen tu resiliencia —calma interior en medio de las tormentas, ver opciones con claridad, cambiar de perspectiva y responder con flexibilidad, elegir acciones, perseverar ante la duda y el desaliento— son innatas en tu ser, porque son evolutivamente innatas en tu cerebro.

    A modo de catálogo estas serían las características de las personas resilientes:

    1. Sentido del humor. No es que sean personas que no se toman su vida en serio, pero el sentido del humor relaja nuestra sensación de peligro temporalmente y esta pausa puede permitirte ver las amenazas con una perspectiva adicional, más rica.
    2. Aprender de lo que pasa. Las personas más resilientes son capaces de ver una oportunidad en todo lo que les ha pasado no centrándose exclusivamente en la desgracia y eso es fundamental, su cambio de enfoque les permite crecer.
    3. Sentido de vida. Las personas necesitamos un motivo por el que seguir adelante. Tener un hijo al que mantener, tener amigos o familia a las que explicarles lo que nos pasa, la religión o trabajar para una ONG, pueden ser motivos que dan sentido a nuestra existencia.
    4. Relatividad ante lo que me sucede ¿Hay otra forma posible de ver esto? Plantearnos lo que pasa desde un sentido único de la vida nos puede ofrecer un escenario único y devastador en ocasiones. Abrir nuestra vida a otra posibilidad siendo más flexibles, puede mostrarnos una solución o una forma de afrontar la dificultad más imaginativa y tal vez más enriquecedora.
    5. Aceptación de la realidad. Aceptación no es conformismo. Es aceptar de una vez, de forma radical que la realidad es la que es. Por cada segundo de resistencia a eso que nos ha pasado “cómo me ha podido pasar esto” o “no puede ser”, aumentamos más nuestro sufrimiento y nos hace menos resilientes.
    6. Amabilidad con uno mismo y con los demás. La amabilidad relaja nuestra amígdala, -quita hierro al asunto- y permitimos una pausa a nuestro centro emocional encargado de protegernos -a toda costa-.  Ser amable y compasivo con uno mismo provoca una sensación no tan trágica de lo que nos pasa. Resultado, lidiamos desde la libertad de lo que pasa y no desde el “secuestro” de la situación.
    7. Vivir el momento presente. Estar en lo que nos pasa, estar en nuestro sentimiento y en nuestro dolor de ahora, nos ofrece la ventaja de saber lo que está pasando realmente, sin edulcorantes, pero tampoco sin potenciadores. Saber y reconocer que de lo que nos pasa hay cosas que podemos cambiar y de otras que no, solo puedes saberlo si estas en el presente, no en la proyección del futuro ni en la pena de los buenos tiempos pasados.

    Todas estas características las traes de serie, lo único que necesitas es rescatarlas y para ello te proponemos esta práctica informal – y que puedes hacer en el salón de tu casa, solo cerrando los ojos y en silencio-

    Práctica: Tomar el bien

    Adaptado de Rick Hanson, Hardwiring Happiness

    1. Haz una pausa por un momento y observa cualquier experiencia de bondad, gratitud o amor que hayas experimentado hoy o recuerdes del pasado. Tal vez tu vecino que te acompaño de un lado a otro del trabajo durante tres días mientras tu coche estaba en el taller, o viste un pájaro levantar el vuelo en un campo.
    2. Sintonízate con el sentido de la bondad de ese momento: un calor en tu cuerpo, una ligereza en tu corazón, un pequeño reconocimiento de “¡Guau, esto es genial!”
    3. Centra tu conciencia en este sentido de bondad durante 10–30 segundos. Saborea lentamente, permitiendo a tu cerebro el tiempo que necesita para registrar la experiencia y almacenarla en la memoria a largo plazo.
    4. Establezca la intención de evocar esta memoria cinco veces más hoy. Esto repite el disparo neural en su cerebro, registrando la memoria para que pueda recordarlo más tarde, por lo que es un recurso para su propio sentido de bienestar emocional, y así fortalecer la base interna segura de resiliencia.
    5. A medida que experimentas y vuelves a experimentar el momento, registra que no solo estás haciendo esto, sino que estás aprendiendo a hacerlo. Esto puede ser una forma de crear nuevos circuitos neuronales para la resiliencia. 

    Por último, la “Meditación de la Montaña” o la simple de “Notar tu respiración” puede ayudarte a enraizarte con tu cuerpo y dejar de lado los pensamientos que no te sirven en este momento.

    Fuente: Yolanda Díez, Consc¡entemente/ Linda Graham Bouncing Back: Rewiring Your Brain for Maximum Resilience and Well-Being.